A figura de Alvaro Cunqueiro suscita entre todos o recoñecemento a un egrexio escritor e xornalista que nos ten legado algunha das paxinas mais fermosas e creativas da nosa literatura contemporánea.
O seu amplo coñecemento humanístico e o seu estilo fabulador están sempre na base dos seus escritos. Achegamos hoxe un breve artigo de Alvaro Cunqueiro sobre a nosa cidade publicado no xornal “Faro de Vigo”, no que comeza a colaborar en 1948, se traslada dende o seu Mondoñedo natal a Vigo no ano 1960 pasando a ser redactor de plantilla do xorrnal vigués en 1961, subdirector de 1964 a 1965 e director entre 1965 e 1970.
Alvaro Cunqueiro estaba ligado por lazos familiares á cidade de Tui pois unha irmá da súa muller, Elvira González-Seco Seoane, residía en Tui. Falamos de Paulina González-Seco Seoane que chega a Tui xunto ao seu esposo o médico compostelán, José Casal Aboy, que dende 1960 ocupa a praza de médico titular na nosa cidade. Casal Aboy desenvolverá na nosa cidade, xunto á súa dedicación profesional, unha intensa actividade social e de promoción de múltiples iniciativas, ocupando a alcaldía dende 1965 ata 1969, en anos decisivos, especialmente no que atinxe ao patrimonio e ao turismo (declaración de Tui como conxunto histórico, obras de rehabilitación da Catedral e da cidade medieval, inauguración do Parador, etc).
De certo, que esta relación familiar con Tui (que evocou no seu día o fillo de Alvaro Cunqueiro, o notario Cesar Cunqueiro González-Seco, no seu pregón das festas de San Telmo) está na orixe do pregón de San Telmo que Álvaro Cunqueiro pronunciou no ano 1964.
Neste ano, dende o Liceo Casino tudense, que contaba cun novo grupo directivo, no que está como director artístico Alberto Estévez Piña, se promove a celebración dun festival de apertura das festas patronais que comprende a proclamación e coroación da “raíña das festas”, a lectura dun pregón e unha actuación musical.
Nese ano 1964 o Teatro Principal tudense acolle este gala na que se proclama como raíña á moza Angela María Ruibal Sobral, que é presentada por Alberto Estevez. De seguido intervención del ilustre escritor y miembro de la Real Academia Gallega, D. Alvaro Cunqueiro, que con insuperable maestría, pronunció el tradicional pregón. Lo inició con un poético canto a la Reina y su Corte, al que siguió otro original y bellísimo a la ciudad -varias veces interrumpido por el selecto y nutrido público que le escuchaba con atención- para terminar con otro no menos sugestivo e impresionante a nuestro patrono San Telmo. Completou este acto a Coral Casablanca de Vigo cun concerto. E finalmente houbo un baile nos salóns do Liceo Casino ofrecido pola raíña das festas.
![]() |
Pregón San Telmo 1964 no Teatro Principal. Fotografía de Jesús Vila. Publicada no libro "O Teatro de Tui" de Suso Vila (2019) |
Estas galas para abrir as festas patronais continuarían nos anos seguinte ocupando a tribuna do pregón nomes como Celso Emilio Ferreiro ou José Filgueira Valverde.... manténdose esta celebración, segundo informa Suso Vila no seu libro “O teatro de Tui” ata 1971.
Moitas outras foron as estadías de Álvaro Cunqueiro na nosa cidade que recolle en diversas publicacións, tanto xornalísticas como literarias. Reproducimos de seguido posiblemente a primeira publicación xornalística dedicada a Tui que asina Álvaro Cunqueiro; figura no xornal “Faro de Vigo” de 15 de marzo de 1951 e foi recollida no libro “Álvaro Cunqueiro. El pasajero en Galicia” selección e prólogo de César Antonio de Molina, editado por Tusquets Editores en 1989.
Son unhas liñas plenas dese estilo cunqueiriano tan característico e que resultan unha fermosa achega, cuasi literaria, á nosa cidade e os seus recursos e atrativos patrimoniais e, tamén, gastronómicos.
Tuy
Si Tuy estuviese, de verdad, entre las polis griegas, yo, cual joven Anacharsis viajando el país -¿dónde va mi abad Barthelemy, guardián del gabinete de medallas y piedras grabadas, mi mentor de antigüedades griegas?-, no dejaría de hacer el elogio de Diomedes de Etolia o de repetir, con don Manuel Murguía, la salutación de Ulises a la isla de los feacios, tal como viene en el alegre y viejo Homero. Especialmente diría con todo el énfasis que posible me fuera el verso: “Escúchame, ¡oh río!, cualquiera que sea tu nombre…”. El río es mi Miño lucense, que aquí pone punto final a su largo y sonoro camino. Puesto en griego, más o menos imitando a Rohde, diría de él, del Miño, que nace en la Grecia continental, en la tierra de los labriegos beocios y de los burgueses terratenientes, en una provincia cerrada, que no sabe nada ni quiere saber de la navegación y de las vías que nos conducen a países remotos y nos acercan lo de afuera. Nace en Beocia para morir en la ribera ática. Nace en el norte, al pie del abedul – “unha ondeante manteliña verde”- y muere en el sur, donde florece el limonero. (¿Y será verdad lo que Eugenio Montes dice, que no ha de poder ir al Cielo? Me gustaría, Miño, que tu fueses uno de los cuatro ríos del Paraíso, aquel que viene en Patinir; más lejano, coronado de niebla, al pie de colinas donde el otoño dora la noble cabeza del roble…). Pero hay que olvidar la antigüedad griega de Tuy, los versos homéricos y el viaje del joven Anacharsis. Tengo que olvidarlo, aunque en una libreta de notas conserve la noticia de un largo amenísimo paseo con don Manuel Fernández Costas, por la calle de Tyde y del cantón de Diomedes… Menos mal que en la misma página guardo el elogio de la lamprea.
Habíamos pasado la mañana en Santo Domingo, en la iglesia y en el claustro, subiendo a un púlpito de piedra para predicar la cruzada contra la testarudez albigense, o contemplando los bajorrelieves. Y en viendo las armas de los Soutomayor, hablando de don Pedro Madruga, la palma y flor… Desde Santo Domingo se oye al Miño cantar su pausado y grave gregoriano y uno se imagina que como en la historia de lord Dunsany, los espíritus de las aguas pueden venir silenciosos hasta la iglesia a sumergirse en la pila de agua bendita y asi librarse de pecado. Dejamos Santo Domingo, y por la calle del santo y la plazuela del Arco y luego subiendo unas escaleras, hacia la catedral y los franciscanos, dimos con la lamprea que nos estaba esperando. No era “una lamprea”: era “la lamprea”, física y metafísicamente hablando: era el Miño submarino, negro y untuoso, cocinado en la chata tartera de barro. La lamprea es el poso que dejan las aguas del Miño al cabo de un recorrido de 340 kilómetros. Y aquel mediodía de mayo el albariño de Arbo, blanquiverde, ligero, fresco, frutal, reinaba como un verano en nuestro corazón, y los mundos luminosos de antaño y hogaño se confundían ante nuestros ojos en un brillante prisma mágico. Yo le explicaba a Jesús Suevos cuán razonadamente la influencia misteriosa de los fermentos había sido para los antiguos la revelación de la divinidad.
Nos anocheció en San Bartolomé de Rebordáns. San Bartolomé me recordó mi San Martin de Mondoñedo, con el que tiene en común, además, historias de depredaciones normandas. Por aquí dicen que anduvo espada en mano San Olaf, señor de los vientos del Norte, caudillo de los latimani. Si mi señor San Gonzalo estuviera de obispo en Tuy, bastaría que asomara a una almena o subiera al Alhoya, y en tres avemarías veríamos al normando huir. Quedará Tuy en paz, envuelto en el silencio, abriendo sus labios de piedra a la menuda lluvia primaveral. Y en la noche el silencio se haría profundo y tenso, y cualquier ruido lejano se clavaría en él como una aguja en la carne. (Rondábamos la catedral, ese enorme castillo, Elsinor para Hamlet o qué sé yo qué torre para qué fantasma. Se fue la lluvia y la luna iluminaba la ciudad, la pintaba en azul. La pintaba intensamente, con esos azules sordos, carnosos -pero con una carne de antes de la carne humana-, de seda, por veces de hiedra o musgo, de la época azul de Picasso.)
En Rebordáns, arrimado a la puerta de la iglesia, yo escribía en una de mis consabidas libretas de entonces unos versos en los que Herminia Limón rimaba con Tabagón, y haciendo el camino de regreso a Tuy los canturreaba a media voz, salmodia amorosa y sensual. Ahora, si recuerdo a Tuy, si escribo estas líneas recordando a Tuy, a la memoria y a la boca me vienen aquellos versos; también recuerdo la lamprea y la luna, y todo se confunde en mi memoria hasta obtener una lamprea azul, de un azul picassiano, que se enrosca a la catedral, y canturrea conmigo y con el Miño:
Nun limoeiro de Tabagón,