Nestas xornadas, en concreto o 11 de novembro, celebramos a festividade de San Martiño, e arredor desta data se concentran diversas expresións da nosa cultura popular convertendo o “San Martiño” nun dos principaos fitos das tradicións festivas da nosa terra.
![]() |
Pousa do Bispo, fotografía de Ruth Matilda Anderson, 1924 |
O
viño novo, a matanza do porco, as castañas e os magostos... son algunhas das manifestacións
desta festa cíclica, próxima xa á entrada do inverno, ligada coa cultura
agraria. Os acelerados cambios socio-económicos van modificando as expresións
festeiras desta data pero non o seu esmorecemento, sendos oas magostos a
principal expresión actual desta festividade.
En
Galicia existen 214 parroquias dedicadas a San Martiño e incluso unha catedral,
a catedral de Ourense o ten por titular, sendo un dos santos con maís apego
popular. Unha advocación ligada á figura de San Martiño de Tours, oriundo da
actual Hungría e bispo daquela cidade francesa no século IV, cuxa festividade
celébrase o 11 de novembro. Pero en Galicia esta figura mesturase coa de San Martiño
de Dumio, o apóstolo dos suevos, chegado tamén dende Panonia (Hungría), bispo
de Dumio en Braga, e o principal evanxelizador da antiga Gallaecia romana, que
ten a súa celebración litúrxica no mes de marzo.
Tamén
en Tui a parroquia de Caldelas ten como titular a San Martiño e como en toda Galicia
arredor desta festividade de outono son numerosas as tradicións que existían e
que progresivamente van ficando no esquecemento a medida que a nosa sociedade e,
por tanto, as súas expresións culturais e festivas xa non está ligadas, como en
séculos pasados, ao ciclo agrícola.
Lembramos hoxe dende Tudensia esta festa de San Martiño coa reprodución dun breve artigo publicado polo investigador tudense Manuel Fernández-Valdés Costas no xornal “Faro de Vigo” en novembro de 1954, hai agora xustamente setenta anos.
Fernández-Valdés
(de quen temos falado abondo nese blog) destaca, entre outras facetas, polo seu
amplo coñecemento da cultura tradicional tudense. Pola súa posición xeracional
coñecía directamente nas nosas parroquias e aldeas estas expresións da cultura
popular -que daquela aínda contaban con plena vixencia- pero pola súa procedencia
das clases acomodados tudenses tamén coñecia a súa trasposición a un ambiente
urbano e burgués e albiscaba xa as transformacións que nas décadas seguintes
sufrirá este amplo bagaxe antropolóxico.
Este
traballiño ilustra plenamente estas tres realidades que apuntamos e nos permite
achegarmonos a un mundo xa perdido pero que gracias a investigadores como
Fernández-Valdés podemos documentar e coñecer.
SAN MARTIÑO
La fiesta de San Martin, a
mediados de otoño, da al santo obispo de Tours un carácter de dios rural, por
su relación con dos productos típicos de la economía campesina: el vino y las
matanzas. El vino, terminadas ya las fermentaciones secundarias, es potable,
aunque no esté totalmente clarificado, por lo que es de tradición probarlo en
esta fecha
“En
San Martiño
proba o o teu viño”
También
se dice
“En San Martiño
atesta o viño”
porque también en este día se
acaba de atestar para compensar las mermas padecidas, y se zapa.
![]() |
Pousa do Bispo, fotografía de Ruth Matilda Anderson 1924 |
Cuando Dios andaba por el mundo,
la sardina estaba al alcance y era de ritual probar el vino nuevo con sardinas
revenidas, algo saladitas. Mientras “no da la cara” se bebe en “cuncas”. Después
desde san Andrés se debe beber en copa o vaso. En estos tiempos que corren, una
ola de “enxebrismo” lleva a muchos bebedores a servirse el vino en taza todo el
año. No son sibaritas, sin duda.
La castañera que fue cantada
por poetas y popularizada en comedias y sainete, era la figura más popular del
otoño. Fue desplazada por el progreso, representado por la “locomotora”.
La pobre castañera, arrebujada
en su mantón, sentada en el quicio de un portal para protegerse contra las
inclemencias del tiempo; delante el asador, que agita con frecuencia para que
las castañas se asen por igual y se pongan doraditas y coruscantes. Ella las
palpa amorosamente, una por una, con sus dedos requemados y las va pasando al
cesto, donde al abrigo de una vieja manta, acaban de “recochar”. Estas
castañas, que podemos llamar de artesanía, superaban con mucho a las obtenidas
en esos antiestéticos artefactos representantes del progreso.
San Martín también da su nombre a una efímera estación -seis u ocho días- que nos regala el sol rompiendo las brumas otoñales, antes de recoger sus rayos para calentar el hemisferio meridional. Se le llama “veranillo de san Martín” y también “veranillo de los membrillos”.
Y al hablar de estos aromáticos
frutos viene a las mientes otra estampa casi completamente desaparecida. Me
refiero a la elaboración de los dulces de membrillo por las amas de casa.
Eran unos tiempos en que la
dificultad de comunicaciones y de medios de transporte obligó a las gentes a
valerse por sí mismas; una especie de autarquía doméstica y por eso preparaban
conservas de tomate, frutas en almíbar, dulce de membrillo, guindas en aguardiente,
“curaban” lampreas, conservaban salmón en escabeche, etc.
Había membrillos en abundancia
y azúcar de caña muy barato que suministraban con prodigalidad nuestras
colonias ultramarinas: no hacía falta más.
Se cocía en grandes peroles de
cobre y después de se guardaba en cajitas redondas de madera el álamo.
Hoy estos peroles muy bruñidos,
los peroles, los cucharones de boj y antesalas, alternando con panoplias de
donde penden las inútiles armas de los abuelos.
¡Que feliz día para los niños
el dedicado al dulce de membrillo! Se nos reservaba la limpieza de los
cacharros y no hay que decir que rebañábamos los peroles, los cucharones de boj
y hasta las mallas de la “peneira”.
Según la “Reseña Geográfica de
Galicia”, editada en Pontevedra en 1858, solamente las monjas concepcionistas
de Tuy trabajaban al año más de 4.000 arrobas de perada, nombre genérico con
que se designaba también al membrillo.
![]() |
Matanza en Malvas, en "Vida Gallega", nº 158, ano 1920 |
San Martiño abre el ciclo de
las matanzas. La autarquía doméstica, de la que hablé antes, obligaba a las
gentes -como ocurre todavía en las aldeas y en los pueblos de montaña- a criar,
por lo menos un puerco para la matanza. Pero no todas las casas disponían de
patio o corral para chamuscarlos, por lo que estas faenas se hacían en la vía pública.
Era una fiesta típica, bien desaparecida, pero no es óbice para que añore
aquellos tiempos infantiles, en que presenciando las hogueras disputábamos,
como en una rebatiña, las uñas calientes que el matachín arrancaba de las pezuñas
del cerdo. Porque estas uñas, así calientes, colocadas en los dedos eran un
remedio eficaz contra los sabañones.
Un año de fin de siglo se presentó
una epidemia de triquinosis que alarmó a la población, porque eran muchos los
cerdos que resultaban atacados por la trichina y había que enterrarlos o
quemarlos. Mal chamuscados y peor lavados se pasaba rápidamente a la operación
de abrirlos para salir de la angustiosa duda.
Un día se chamuscaba un cerdo
en la calle de Seijas. Era el matarife el señor Francisco, el “Folleiro” así
llamado porque era el que hinchaba los fuelles del órgano de la Catedral. Llegó
el momento de abrir el cerdo y un numeroso grupo esperaba ansioso el resultado.
Al llegar al tocino con parte muscular, se observaron unas veguillas blancas
que padecieron sospechosas. Se cortó un trozo de carne y se mandó a la farmacia
más próxima, pues no había entonces Laboratorio municipal; pronto regresó el
emisario confirmando las sospechas; en el mismo plato de carne venía un
papelito con una gran H mayúscula, que todavía no sé que significa, pero así el
“Folleiro” que exclamó con suficiencia: ¡Aquí está, ache, “chitrina”!
El incidente fue jocosamente
comentado y dio tela para el cotilleo pueblerino.
Faro de Vigo, 11.11.1954